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Entre los recursos de que dispone un escritor para captar la atención del lector, uno de los más importantes es la elección de un buen narrador. El empleo de un narrador subjetivo, por ejemplo, es una de las llamadas de atención que puede hacer que nuestro lector se interese por la historia de nuestro cuento o novela. Esa subjetividad tiene sus limitaciones, es evidente, pero también se le puede sacar partido en otros muchos aspectos.
El narrador subjetivo como recurso para la sátira
Uno de los recursos que pueden emplearse al escoger un narrador subjetivo es lo que algunos teóricos llaman “el juego del farol”. En palabras de Julián Moreiro, en Cómo leer textos literarios, el narrador va de farol cuando, como en el póquer, pretende hacer creer al lector que tiene unas cartas cuando en realidad tiene otras.
¿Cuándo se produce esto? En la mayoría de los casos cuando se narra una historia de una forma no esperada por el lector, rompiendo sus expectativas con respecto a lo que se iba a contar. ¿Cómo? Utilizando un narrador subjetivo que emplea además un tono o estilo no habitual en el tipo de historia que estamos contando.
Por ejemplo, cuando ese narrador subjetivo cuenta un acontecimiento dramático, una historia triste, en un tono jocoso u humorístico. Esa falta de acomodación entre lo que se habla y el tono con el que se habla, provoca de entrada una extrañeza en el lector. Eso llama su atención. Es lo que suele ocurrir también con el humor negro.
Ahora bien, no se trata de que el narrador utilice un tono distinto de lo esperado porque sí, sino que debe utilizarse para mostrar la forma del ver el mundo del narrador, como una manera de caracterizarlo, de ver su manera de mirar.
Además, ese choque entre lo que se dice y cómo se dice también pretende provocar una reacción en el lector, puede ser de desagrado, puede sacarle una sonrisa o puede ayudar al lector a desmitificar el tema que se trata, pero no cabe duda de que habrá alguna reacción intencionada y buscada por el escritor. Digamos que es un recurso similar a la ironía, pero aplicada al tono del discurso narrativo, más que al argumento o a las palabras en sí.
Uno de los autores que utilizó este tipo de narrador fue Camilo José Cela. Lo cita Julián Moreiro en su libro un fragmento de la “Historia incompleta de unas páginas azacaneadas”, en la que el escritor premio Nobel de literatura hablaba sobre su novela La Colmena. También se menciona en “Cómo leer textos literarios” la novela La busca de Pío Baroja. Pero no son los únicos.
Ejemplos de narrador subjetivo o intrusivo
Otros autores también utilizaron el tono irónico y el recurso de ir de farol en sus obras. Por citar algún ejemplo, Edgar Neville utiliza este recurso en alguno de sus cuentos con la intención de ridiculizar aquellos géneros literarios y autores por los que no siente simpatía. Así lo hace en “Albertina y Benito. Cuento para colegialas”, con el que pretende burlarse del sentimentalismo de los cuentos de otros autores, llenos de niñas perfectas y recatadas, que hacen crochet y siguen las buenas costumbres. En este relato nos encontramos con un narrador omnisciente muy moralizante que, sin embargo, tiene una intención bien distinta.
Albertina hacía crochet al lado de su anciana abuelita; de vez en cuando, alzaba los ojos de su labor y miraba la calle por el balcón; después volvía a contar sus puntos: uno, dos, tres, cuatro, etc. Y es que Albertina era una muchacha modelo, cuyo proceder era citado como ejemplo ante todas las muchachas de la capital.
En esto, Albertina dio un suspiro, ¡ay! y doña Adelaida, que así se llamaba su abuelita, le preguntó: -¿Qué te ocurre, nieta querida? Dímelo, ya sabes que te quiero como una madre desde que murió mi pobre hija”. Y por las mejillas de la anciana rodó una lágrima.
– No me ocurre nada, es que suspiro – dijo Albertina.
Albertina mentía, no suspiraba en balde; y no hemos de pasar adelante sin afear la conducta de la joven, faltando a la verdad; pues hemos de recordar a nuestras lectoras, que ése es un defecto del que deben apartarse siempre.
¿Cuál era la causa por la qué Albertina suspiraba, y que, por lo visto, quería ocultar?
Trataremos de explicarla.
En la casa de enfrente a la de Albertina habitaba un joven llamado Benito. Este joven
trabajaba para mantener a su madre, una pobre viuda.
Juvenil lectora: aprecia la bondad del corazón de Benito que, huyendo de la disipación tan frecuente a su edad, sólo se preocupaba en proveer a las necesidades de su madre, con lo que produjese su esfuerzo personal.
Cierta mañana – hay una todas los días-, y sacamos a colación este hecho, para recordaros el deber que tenéis de aprovechar la mañana y no dejaros vencer por la pereza que os retenga en el lecho hasta que el sol se halle muy alto. Cierta mañana, Benito se hallaba en el balcón ocupado en repartir entre los gorriones el pan de su desayuno.
(¡Hermoso sentimiento el de este muchacho por los animales!)
Bibliografía:
Moreiro, Julián. Cómo leer textos literarios.
Prestigiacomo, Carla. Texto literario y heterogeneidad discursiva.
Obras citadas:
La Comena, de Camilo José Cela.
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