
Continuando con las entradas dedicadas a los diarios de escritores, en esta ocasión la dedicamos al escritor portugués José Saramago y sus Cuadernos de Lanzarote. Me encantó suEnsayo sobre la ceguera que leí hace ya algunos años, tengo que reconocerlo. Pese a que he leído en ciertos blogs que a algunos lectores les resulta pesada su prosa, a mí me ocurrió todo lo contrario. Me enganchó desde el primer momento. Aunque he de confesar que, tal vez soy una lectora algo peculiar. No me apasionan demasiado los diálogos, y suelo leer novelas que prescinden de ellos y están escritas en prosa en su totalidad.
Dos libros constituyen sus Cuadernos de Lanzarote en los que el premio Nobel de Literatura de 1998 recopila escritos realizados entre los años 1993 a 1997. En ellos, además de narrar momentos de su estancia en la isla canaria, se interroga y reflexiona sobre el mundo en que vivimos. Fue en 1993 cuando Saramago se traslada a vivir a la isla canaria. ¿El motivo de su cambio de residencia? Al parecer, el veto del gobierno portugués a su libro El Evangelio según Jesucristo. Se construyó una casa en Tías, donde vivió hasta su muerte en 2010, a los 87 años. Allí escribió sus Cuadernos de Lanzarote y allí le comunicaron la concesión del Nobel.
Para que te animes a empezar ya tu propio diario de escritor, puedes leer aquí una entrada del diario del primero de los cuadernos de lanzarote.
15 de abril de 1993
En enero, todavía estaba acabándose la casa, mis cuñados María y Javier, con la participación simbólica pero interesada de Luis y Juan José, me trajeron de Arrecife un cuaderno de papel reciclado. Les parecía que yo debía escribir sobre mis días de Lanzarote, idea, por lo demás, que coincidía con la que ya me andaba por la cabeza. El regalo tenía, sin embargo, una condición: que no me olvidase, de vez en cuando, de mencionar sus nombres y sus hechos… Las primeras palabras que escribo son, por lo tanto, para ellos. En cuanto a las siguientes, tendrán que hacer algo para eso. El cuaderno queda guardado.
Empecé a escribir el cuento del capitán del puerto y del director de la aduana. La idea me venía acompañando hace unos cinco o seis años, desde el encuentro de escritores que, por esa época, se realizó en Ponta Delgada, con Urbano Tavares Rodrigues, João de Melo, Francisco José Viegas, Luís Coelho. Por allí estaban Emanuel Félix, Emanuel Jorge Botelho, José Martins Garcia y Daniel de Sá. El caso parece haber sucedido (por lo menos así me lo dijo Ângela Almeida), y me sorprende que nadie, que yo sepa, lo haya recogido hasta hoy. Veremos lo que seré capaz de hacer con él: apenas estoy en el primer párrafo.
La historia parece fácil de contar, de esas que se despachan con dos frases. Pero la simplicidad es engañosa: no se trata de una reflexión sobre un yo y un otro, sino de la demostración, anecdótica en este caso, de que el otro es, finalmente, el propio. La historia acabará por convertirse en tragedia, pero una tragedia, en sí misma, cómica.
José Luís Judas no da señales de vida. Los recados quedan en el contestador pero no hay ninguna respuesta. Y no sé si, rematado el proyecto en nada, como preveo, mi sentimiento final llegará a ser de decepción o de alivio. De hecho escribir para la televisión una historia sobre Don Juan II no ha sido cosa que en ningún momento me haya entusiasmado. Pero la remuneración del trabajo, en los términos y condiciones que propuse y que, en principio, fueron aceptados, me habría librado de preocupaciones materiales. Y no tan sólo para los tiempos más próximos. Después de todo, y ante el silencio de Judas, recelo que triunfe mi escepticismo habitual, quedándose con la pérdida aquel que lo tiene, yo.
En Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía de Rüdiger Safranski, me encuentro con una frase que me gustaría haber escrito: «El hombre es el más perfecto de los animales domésticos»… El autor de la misma (si otro no la dijo antes) fue un profesor de la Universidad de Göttingen, de nombre Blumenbach. Otra frase, magnífica, pero ésta de Schleiermacher, que habría puesto como inicio del Evangelio, sin más: «El que tiene religión no es el que cree en una Escritura Sagrada, sino el que no necesita de ella y sería, él mismo, capaz de hacerla». (Traduzco de traducción).
El arte no avanza, se mueve.

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