En esta entrada de Diarios de escritores, es el turno de André Gidé, escritor francés que obtuvo el premio Nobel de Literatura de 1947 y autor de obras como El inmoralista, Los monederos falsos, Viaje al Congo. Escogemos una fecha al azar que nos ha llamado la atención, la del once de marzo de 1889.
11 de marzo
Quizá hay un relato breve, áspero, que se puede escribir sobre el suicidio de un niño al que todo el mundo trata como a un niño pero que por su parte se siente hombre (en fin, esto habrá que explicarlo) —ama, nadie le cree, se burlan de él—, él se exalta, se desespera viendo que no le toman en serio y para imponer a los demás esa seriedad que ellos no quieren otorgarle, se suicida1. Qué embriagador, sentir la propia vida predicha al leer ciertas páginas de juventud que uno creería haber escrito uno mismo.
El Noviembre de Flaubert me ha incendiado el corazón.
«A veces, no pudiendo más, devorado por pasiones sin límites, rebosando de lava ardiente que fluía en mi alma, amando con un amor furioso cosas sin nombre, echando de menos sueños magníficos, tentado por todas las voluptuosidades del pensamiento, queriendo sorber todas las poesías, todas las armonías […].»
«Al no consumir en absoluto la existencia, la existencia me consumía. Mis ensueños me fatigaban más que grandes trabajos; una creación entera, inmóvil, irrevelada a sí misma vivía sordamente bajo mi vida. Yo era un caos durmiente de mil principios fecundos que no sabían cómo manifestarse, ni qué hacer de sí mismos. Buscaban su forma y esperaban su molde.»
Quant à moi mes tras sont rompus
Pour avoir étreint des nuées.
[Por mi parte tengo los brazos rotos
de tanto abrazar nubes]
El ensueño me roe, consume todas mis fuerzas y me deslumbra hasta tal punto que su imagen se interpone siempre entre mis ojos y la realidad. Me siento a trabajar teniendo muchas horas por delante, luego la idea de un verso, de una cadencia interrumpida acaricia dulcemente primero mi oído, luego se hincha, insiste y se vuelve penetrante de manera que mis ojos abandonan el libro y miran el aire como para seguirla; luego llega el ensueño que me embriaga: pienso en poemas proyectados; me exalto en empresas quiméricas, construyo un relato, veo su héroe, sus gestos, su garbo: es exquisito. Se vive así una vida fabulosa, intensa; ¡y qué pálida parece la vida real en comparación! ¡Allain, Allain, te lo haré decir.
- Será uno de los temas de su novela Los monederos falsos.
Y tú, ¿te animas a comenzar un diario de escritor? Escribir un diario como terapia es también un ejercicio muy enriquecedor.
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