
Escribir un diario es una de las actividades que recomiendo a aquellos que se inician en la escritura creativa. Sobre todo, a mis alumnos de escritura autobiográfica y también a los alumnos de escritura terapéutica de la escuela. Tiene una doble función. Por un lado, nos obligar a trabajar con las palabras, lo que hace que mejore nuestro nivel de redacción y nuestra fluidez a la hora de escribir. Por otro lado, escribir sobre uno mismo tiene un efecto liberador. Permite dejar atrás algunas de nuestras preocupaciones diarias, eliminando parte, si no toda, de nuestra cháchara mental. Además, nos ayuda a conocernos mejor a nosotros mismos y entender nuestras emociones, algo imprescindible si queremos dedicarnos a escribir historias.
Son muchas las personas que han escrito alguno al menos en su época adolescente, pero también de adulto, sobre todo mujeres. En esta entrada del blog os hablo del diario de una escritora, conocida especialmente por escribir cuentos y relatos: se trata de Katherine Mansfield.
Nacida en Nueva Zelanda, aunque comenzó a escribir desde niña, al principio quería dedicarse a la música, se había convertido en una buena violonchelista, pero su padre no se lo permitió. Tuvo relaciones románticas con hombres y mujeres. Llevaba una vida bohemia en Londres cuando se queda embarazada en 1909, aunque la relación se rompió. Tiempo después se casó con otro hombre al que abandonó al día siguiente de la noche de bodas. Finalmente tuvo un aborto natural.
Todo esto, sin embargo, no se recoge en sus escritos. Katherine Mansfield destruyó todo lo referente al periodo entre 1910 y 1014, así que, puede decirse que su diario está incompleto.
El Diario de Katherine Mansfield ha sido cuidadosamente editado por Lumen con una bella portada que incluye un prólogo escrito por Virgina Woolf. Puedes encontrarlo aquí.
A continuación, puedes leer un breve fragmento:
Junio [1910].
Por fin ha acabado este fatigoso día, y el crepúsculo se empieza a colar entre las ramas del castaño empapado. Creo que debí resfriarme ayer en mi maravilloso y exultante paseo, porque hoy estoy enferma. He empezado a trabajar pero no he podido. Curioso llevar dos pares de medias y dos abrigos y una botella de agua caliente en junio, y seguir tiritando… creo que es el dolor lo que hace que me sienta aturdida.
Estar sola todo el día, en una casa en que todos los ruidos parecen extraños, y sentir una terrible confusión en el cuerpo que afecta la mente, que de repente dibuja incidentes terribles, personalidades repulsivas de las que solo me libro para que vuelvan a reaparecer otra vez a medida que aumenta el dolor. ¡Ay de mí! No volveré a andar descalza por los bosques salvajes nunca más. Hasta que me haya acostumbrado al clima…
Lo único reconfortante que puedo imaginar es a mi abuela metiéndome en la cama y llevándome un tazón de pan y leche caliente, y, de pie con las manos cruzadas, el pulgar izquierdo sobre el derecho, diciendo con su voz adorable: «¿Verdad que estás bien, mi vida?». ¡Oh! Eso sí sería un milagro de felicidad. Despertarme después y encontrarla levantando las sábanas para ver si tengo los pies fríos y envolviéndomelos en una pequeña prenda rosa, más suave que la piel de gato… ¡Ay de mí!

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