
Hasta ahora hemos conocido distintos diarios de escritores que no ocultaban su identidad detrás de ningún personaje. En Diarios de Emilio Renzi, Ricardo Piglia narra su vida oculto bajo el nombre de Emilio Renzi, alter ego del escritor y que aparece en varias de las novelas del escritor, a veces solo de manera fugaz.
Los diarios del escritor argentino, fallecido a comienzos de este año, se componen de tres volúmenes, Años de formación, Los años felices y Un día en la vida; diarios que comprende su vida desde los años desde 1957 hasta 2015.
A continuación puedes leer algunas entradas de su primer diario, Años de formación, que se inicia cuando el escritor no ha cumplido la mayoría de edad.
Miércoles
Nos vamos pasado mañana. Decidí no despedirme de nadie. Despedirse de la gente me parece ridículo. Se saluda al que llega, no al que se deja de ver. Gané al billar, hice dos tacadas de nueve. Nunca había jugado tan bien. Tenía el corazón helado y el taco golpeaba con absoluta precisión. Pensé que construía las carambolas con el pensamiento. Jugar al billar es simple, hay que estar frío y saber anticipar. Después fuimos a la pileta y nos quedamos hasta tardísimo. Me zambullí del trampolín alto. Desde tan arriba las luces de la cancha de paleta flotaban en el agua. Todo lo que hago me parece que lo hago por última vez.
Sábado
La mudanza, en medio de la noche. Salimos a la madrugada, furtivos, avergonzados. Había una luz encendida en la cocina del yugoslavo, del otro lado de la calle Bynon. El camión cargado con muebles, la casa desmantelada. La mansedumbre idiota de la llanura, en el cielo un chimango con los espolones hacia adelante como garfios, casi sentado en el aire, atrapa, con su vuelo rasante, a un cuis y se lo lleva con un aletear lento y profundo. Nos detenemos a mediodía en un bosquecito, el perro da vueltas por el campo.
Mi padre dice: «Ves, en este pozo un croto ha hecho un fueguito», toca las cenizas con el revés de la mano. A la sombra, él anota en su cuaderno de tapa negra, sentado en los yuyos, la espalda contra un álamo. Alzo la cara del cuaderno, y a lo lejos, como un punto oscuro en la inmensa claridad, veo moverse la remota figura del linyera que avanza a pie por el campo hacia otro bosquecito donde prender un fuego para hacer mate. Ese acontecimiento mínimo (y la palabra de mi padre) vuelve a la memoria varias veces a lo largo del día, sin relación con nada que esté sucediendo en el presente, nítido en el recuerdo, inesperado, como si fuera un mensaje cifrado que escondiera un sentido secreto.
Lunes
Pasamos Nochebuena en la casa de Carranza, un compañero del movimiento, dice mi padre. Todo bastante sombrío. Mamá casi no habla y no hace otra cosa que leer novelas y usar palabras inesperadas (como siempre que anda mal). «Esta ensalada quedó medio desvencijada». A la noche se levanta dos o tres veces para ver si estoy dormido o si preciso algo (¡me despierta!). Está nerviosa, sale poco, sufre pero jamás se queja. Su mundo se vino abajo (sus hermanas, sus amigas), pero viajó con papá por «solidaridad» más que por otra cosa. («No iba a dejar solo a este pelafustán»). En la cena de Nochebuena se negó a brindar porque dijo que le iba a traer «mala espina».
Martes
La casa tiene dos plantas, abajo está el consultorio, al frente la sala de espera, a un costado hay un salón que da a la calle, dos dormitorios, la cocina y un patio. Arriba está mi cuarto y una sala, una cocinita y una terraza. Me instalé ahí y subí los pocos libros que traje. La ventana de mi cuarto da sobre las flores azules del jacarandá que está en la vereda. Podría irme por las ramas, en caso de apuro.
Jueves
Yo pienso que tendría que volver, vivir con el abuelo Emilio. Le escribo a Elena para darme ánimo y le anuncio mis planes, pero Elena no me cree. («Si vas a venir, vení y listo, pero no me lo anuncies cada cinco minutos»). No es cada cinco minutos, le escribo todas las noches (hoy no) con las novedades del día y de mis estados de ánimo. Al final de la carta ella me dibuja el gato de Landrú y escribe: «Te extraño y te extraño. Lloro todo el tiempo en los rincones, flor de tarada que soy».

Escueto, directo, breve. Ello le da agilidad a la lectura pero está carente de toda expectativa , de toda emoción. No hay alma, sólo descripción.
Hola, Carmen. Siento que no te guste el texto. Yo creo que sí hay emoción en él, en la imagen del padre, los recuerdos, las metáforas. Quizá la forma de narrarlo, con un narrador que, aunque en realidad es una primera persona, es casi un narrador cámara, no es a lo que estamos habituados y cuesta verlo. En cualquier caso, hay tantos libros como lectores.
Gracias por pasarte por aquí.
En cambio, yo veo nostalgia y tristeza a raudales: ambas secas, escuetas, desnudas de parafernalia sensiblera. Los adjetivos son muy reveladores: furtivos, avergonzados, desmantelada, idiota, sombrío, desvencijada. Las frases relativas a la madre, igual. Y esta, que sirve de remoto escape: «Podría irme por las ramas, en caso de apuro». Y la de Elena: «Te extraño y te extraño. Lloro todo el tiempo en los rincones, flor de tarada que soy».
Tremendo ese narrador que no busca involucrarse y que, sin embargo, saca la cabeza como quien busca aire.
Gracias por traerlo. Un abrazo literario.