
Entre todas posibles fuentes de inspiración de la escritura, la más utilizada suele ser nuestra memoria, nuestras propias experiencias, ya sean del presente o de nuestro pasado.Por eso es frecuente que algunos escritores se decidan a iniciar la escritura de unos diarios de escritor: Tolstói, Thomas Mann, Franz Kafka, Julio Ramón Ribeyro, Witold Gombrowicz, Fernando Pessoa…
Un diario puede ser utilizado para escribir sobre las cosas que nos pasan, pero también como una forma de desahogo o para explorar nuestras emociones más profundas.
Como ejemplo, os incluyo aquí algunos fragmentos de los diarios del escritor Henry David Thoreau, recogidos en un libro bajo el título Escribir:
Mi diario es el de alguien que, de no llevarlo, derramaría todo y lo echaría a perder; espigas recogidas del campo que cosecho con mis actos. No debo vivir para él, sino en él, y para los dioses. Pues ellos son mis corresponsales, a quienes les envío diariamente esta carta franqueada.
(1841, 1906: I: 207)
De todas las cosas extrañas e inexplicables, escribir este diario es la más extraña. No dejará que se diga nada de él; su bondad no es buena, ni su maldad mala. Si hiciera un ímprobo esfuerzo para exponer mis mercancías más íntimas y valiosas a la luz, mi muestrario parecería lleno de los más humildes enseres domésticos, pero cuando pasaran meses o años, descubriría la riqueza de la India y todas las rarezas ultramarinas de Catay en ese confuso montón, y lo que podría parecer un festón de manzanas y calabazas pasadas será una sarta de diamantes brasileños o de perlas de Coromandel.
(29 de enero de 1841, 1981: 237)
Un libro realmente bueno apenas atrae favor sobre sí. Es tan verdadero que me enseña algo mejor que a leerlo. Pronto habré de dejarlo a un lado y empezar a vivir según sus indicaciones. No concibo cómo se las arregló su autor para terminar de escribirlo; esa capacidad debe ser el último rasgo del genio.Cuando leo un libro indiferente, me parece lo mejor que puedo hacer, pero el volumen que me inspira apenas me deja tiempo para terminar sus últimas páginas. Se desliza entre mis dedos mientras leo. No crea una atmósfera en la que podamos leerlo, sino una atmósfera en la que sus enseñanzas puedan llevarse a la práctica. Me da tanta riqueza que lo dejo con el menor de los pesares. Lo que he empezado leyendo debo terminarlo obrando.
Por eso no puedo quedarme a oír siquiera un buen sermón, ni siquiera para aplaudir al final, sino que he de estar a mitad de camino de las Termópilas antes de que eso suceda.
Cuando alguna broma o fraude recorre la Unión en la prensa, me da a conocer un hecho que ningún libro de geografía o de viajes contiene, cierto ocio e indiferencia que colma la sociedad. Es una pieza de información de más allá de los Alleghanies que sé cómo apreciar, aunque no la espere. Lo mismo ocurre en la naturaleza. A veces observo en ella una extraña trivialidad, casi apatía, que lleva a la belleza y la gracia. Las fantásticas y caprichosas formas de la nieve y el hielo, las innumerables colinas que exhiben la huella de los conejos…
(19 de febrero de 1841, 1981: 268)
Tienen éxito los autores que no escriben para los demás, sino que hacen de su gusto y juicio su propio público. Por alguna extraña infatuación nos olvidamos de que no aprobamos lo que, sin embargo, recomendamos a los demás.
Es bastante si me contento con escribir; entonces estoy seguro del público.
(24 de marzo de 1842, 1981: 388)
Y tú, ¿te animas a iniciar unos diarios de escritor? Si te gustó esta entrada, puede que te interese echar un vistazo a nuestro taller de escritura autobiográfica.

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