
¿Somos los escritores envidiosos? Se diría que así lo creía Charles Baudelaire, después de leer el primer capítulo de su libro de crítica literaria Consejos a los jóvenes escritores, capítulo que dedica a la posible buena o mala suerte en los comienzos de un escritor. El poeta francés reflexiona en él sobre aquellos escritores que dicen que el éxito no les ha llegado todavía porque han tenido mala pata, mientras que el de otros es producto de la buena suerte.
Cabe preguntarse si esta reflexión sería todavía vigente en nuestros días. En la actualidad, se lee poco, se escribe mucho y se publica tal vez demasiado. Sin embargo, a pesar de ser España la cuarta potencia editorial del mundo, ver al fin su obra publicada parece algo inaccesible para la mayoría de los que tratan de abrirse camino en la escritura de ficción. Son tantos los manuscritos que se reciben que en muchas editoriales se ha colgado el cartel de cerrado y por eso son cada vez más los que optan por la alternativa de la autopublicación. Pero, ¿este overbooking de escritores emergentes tiene como consecuencia un aumento de la calidad de lo que se publica hoy día si lo comparamos con los tiempos de Baudelaire? Muchos lo pondrían en duda. Poderosas campañas de marketing y pseudo premios literarios parecen querer imponer lo que debe venderse y, en consecuencia, lo que debe leerse. Afortunadamente son cada vez más las editoriales independientes que apuestan por la calidad de las obras, alejada de modas y campañas de televisión, y quizá por eso este tipo de editoriales están en auge.
Os dejamos aquí un fragmento de Consejos a los jóvenes escritores, de Baudelaire, titulado “De la suerte y la mala suerte en los comienzos”, que podéis completar con vuestra propia reflexión. ¿Publicar es solo cuestión de trabajo duro o no viene mal tener un buen padrino?
Los jóvenes escritores que hablan de un joven colega con tono envidioso dicen: «Es un buen principio, ¡ha tenido una suerte bárbara!», no reflexionan en que todo comienzo tiene siempre sus precedentes y que es el efecto de otros veinte comienzos que nos son desconocidos.
No sé si podemos considerar que alguna vez, vistos los hechos, les haya sonado la flauta; creo más bien que un éxito es, en proporción aritmética o geométrica, producto de la fuerza del escritor, el resultado de éxitos anteriores, a menudo invisibles a simple vista. Hay una lenta agregación de éxitos moleculares; pero generaciones milagrosas y espontáneas, jamás.
Aquellos que dicen: tengo mala pata, son los que no han tenido aún éxito y que lo desconocen.
Hablo pues de las miles de circunstancias que rodean la voluntad humana y que tienen, en sí, sus causas legítimas de existencia; constituyen una circunferencia en la cual está encerrada la voluntad; pero esta circunferencia es mudable, está viva, gira y cambia todos los días, cada minuto, cada segundo su círculo y su centro. Así, ejercitadas por ella, todas las voluntades humanas que están enclaustradas varían a cada momento su juego recíproco, y esto es lo que constituye la libertad.
Libertad y fatalidad son contrarios; pero vistas de cerca y de lejos, resultan ser una única voluntad.
Por ello no existe la mala pata. Si uno tiene mala suerte, es que le falta algo: hay que conocer ese algo, estudiar el juego de las vecinas voluntades para desplazar con mayor facilidad la circunferencia.
Un ejemplo entre mil. Algunas de las personas a las que amo y estimo arremeten contra las popularidades actuales. Eugène Sue, Paul Féval, son unos logogrifos en acción; pero el talento de esta gente, por frívolo que sea, existe, y la cólera de mis amigos o no existe o más bien, existe negativamente, pues es una pérdida de tiempo, una de las cosas del mundo menos apreciada. La pregunta no es saber si la literatura sentimental o de la forma es superior a la que está de moda. Esto es totalmente verdadero, al menos para mí. Pero no será más que la mitad de verdadero, mientras no tengáis en el género que os queréis instalar tanto talento como Eugène Sue en el suyo. Alumbrad tanto interés con nuevos medios; poseed una fuerza igual y superior en sentido contrario; doblad, triplicad, cuadriplicad la dosis hasta una igual concentración, y ya no tendréis derecho a maldecir al burgués porque el burgués estará con vosotros. Hasta que, vae victis!, pues nada es más verdad que la fuerza, que es la justicia suprema.
Creo que las reflexiones de Baudlaiere se reducen al concepto: todo triunfo es producto del trabajo, y no de la buena o mala suerte.
Interesantes reflexiones. Gracias por compartirlas.