
Hemos visto en otras entradas del blog numerosos consejos para los escritores que empiezan, consejos que tampoco pretenden ser reglas fijas ni constituir manuales de escritura creativa, pero que sí pueden servir de ayudar a la hora de revisar y ser críticos con nuestros propios textos.
Como profesora de escritura creativa, y seguidora de numerosas webs y blogs literarios, me doy cuenta de que, en la enseñanza de la escritura, destacamos sobre todo aquello que no se debe hacer, lo que está “terminantemente prohibido” (si es que algo debería estar prohibido en su totalidad). Que si los adjetivos acabados en mente, que si las frases hechas, las descripciones largas, el narrador intrusivo… En la escritura, como en otros aspectos de nuestra vida, con frecuencia ponemos demasiada atención en las obligaciones y, sobre todo, en lo que está mal.
Las fachadas de los edificios en las plazas de muchas de nuestras ciudades están llenas de carteles que nos dicen que no se puede jugar a la pelota. En los parques no se puede pisar el césped, en las salas de espera hay que guardar silencio e incluso en el monte más remoto, de vez en cuando, encontramos caminos en los que, de una oxidada cadena de hierro, cuelga un letrero de Prohibido el paso. Pero, y qué pasa con nuestros derechos. Quién se preocupa de ellos.
Por eso quiero dedicar este entrada a escribir sobre los derechos imprescindibles del lector, según los denomina de Daniel Pennac. Diez son los derechos del lector que el escritor francés recoge en su libro Como una novela. Así es como yo los veo:
1-Derecho a no leer.
Igual que tenemos la libertad de escribir, está el derecho a no leer. Creo que, por mucho que nosotros disfrutemos de la lectura, no debemos juzgar a las personas, ni tampoco valorar su nivel de cultura, en función de su menor o mayor afición a la literatura. Para gustos, colores, como se suele decir. Hay gente, mucha, que dado el poco tiempo libre que posee, por ejemplo, se decanta antes por el cine que por los libros. Respetemos el derecho de cada persona de elegir sus aficiones.
2-Derecho a saltarse las páginas.
¡Qué gran consejo! Yo lo puse en práctica en la lectura de El Maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov, considerada como una de las mejores novelas del siglo XX en la URSS. Menos mal que estamos ya en el siglo XXI, ya no cuenta, ¿no? Lo siento, pero para mí Margarita y ese gato parlante encajaban mejor en un libro de cuentos para niños. Dicen que el autor quemó la primera versión de la novela en un horno. Siempre me he preguntado, ¿por qué no quemó la segunda?
Este derecho Pennac lo considera especialmente relevante para los lectores más jóvenes, pues de esta forma pueden acceder más pronto a la lectura de libros, que sin este derecho, les resultaría más difícil realizar.
Si tienen ganas de leer Moby Dick, pero se desaniman ante las disquisiciones de Melville sobre el material y las técnicas de la caza de la ballena, no es preciso que renuncien a su lectura sino que se las salten, que salten por encima de esas páginas y persigan a Achab sin preocuparse del resto, ¡de la misma manera que él persigue su blanca razón de vivir y de morir! Si quieren conocer a Iván, Dimitri, Aliocha Karamazov y su increíble padre, que abran y que lean Los hermanos Karamazov, es para ellos, aunque tengan que saltarse el testamento del starets Zósimo o la leyenda del Gran Inquisidor.
Un gran peligro les acecha si no deciden por sí mismos lo que está a su alcance saltándose las páginas que elijan: otros lo harán en su lugar. Se apoderarán de las 150 grandes tijeras de la imbecilidad y cortarán todo lo que consideren demasiado «difícil» para ellos.
3-Derecho a no terminar un libro
Me parece un derecho muy digno. Vale, sí, lo confieso, recomiendo a mis alumnos leer el famoso monólogo interior del Ulises, pero nunca dije nada del resto del libro. Yo llegué casi a la mitad, creo que no está nada mal. Daniel Pennac dice:
Sin embargo, entre todas las razones que tenemos para abandonar una lectura, hay una que merece cierta reflexión: el vago sentimiento de una derrota. He abierto, he leído, y no he tardado en sentirme sumergido por algo que notaba más fuerte que yo. He concentrado mis neuronas, me he peleado con el texto, pero imposible, por más que tenga la sensación de que lo que está escrito allí merece ser leído, no entiendo nada —o tan poco que es igual a nada—, noto una «extrañeza» que me resulta impenetrable.
4-Derecho a releer.
Sí, si algo nos gusta, por qué no repetir. En palabras de Daniel Pennac:
Releer lo que me había ahuyentado una primera vez, releer sin saltarme un párrafo, releer desde otro ángulo, releer por comprobación, sí… nos concedemos todos estos derechos.
Pero sobre todo releemos gratuitamente, por el placer de la repetición, la alegría de los reencuentros, la comprobación de la intimidad.
«Más, más», decía el niño que fuimos… Nuestras relecturas de adultos participan de ese deseo: encantarnos con lo que permanece, y encontrarlo en cada ocasión tan rico en nuevos deslumbramientos.
He releído varias veces “El amante de Duras”, pero nunca me canso. Ahora que lo pienso, ¿cuándo fue la última vez que lo leí? Quizá debería volver a leerlo. Lo mismo me pasa con “El animal moribundo” de Philip Roth. Tendré que buscarme nuevas lecturas repetitivas, porque estas ya se han convertido en re-relecturas.
5-Derecho a leer cualquier cosa.
¿Quién decide lo que es o no es una mala novela? Confieso que nunca he podido con los best-seller. Me cuesta encontrar lo que puede gustar tanto en algunos de ellos. Pero lo respeto. Por eso mismo, si alguien critica la calidad literaria de lo que estoy leyendo y que a mí me gusta, ya no me acobardo. Tuerzo la boca y le miro mal, aunque sea de reojo. Estoy en mi derecho.
6-El derecho al bovarismo
Para Daniel Pennec, el bovarismo es la satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras sensaciones: la imaginación brota, los nervios se agitan, el corazón se acelera, la adrenalina sube, se producen identificaciones por doquier, y el cerebro confunde (momentáneamente) lo cotidiano con lo novelesco. Es nuestro primer estado colectivo de lector.
Por eso es bueno, de vez en cuando, recordar nuestras primeras emociones de lectores, incluidas las más estúpidas, que suelen ser a menudo las de nuestra adolescencia, cuando las hormonas hacen lo que tienen que hacer, que para eso estan, y nos dejan algo desorientados por dentro y por fuera. Desempeñan un papel inestimable: conmovernos de lo que fuimos riéndonos de lo que nos conmovía.
Apuesto a que las mujeres de mi generación, nunca podrán olvidar los cómics de Esther y su mundo, sencillamente encantadores. Pero también estaban los de Torres de Malory y, por supuesto, Los cinco.
7-Derecho a leer en cualquier lugar.
Totalmente de acuerdo. Leer es como hacer el amor, cualquier lugar es bueno. En la cama, en el sofá, boca arriba, boca abajo, en la playa, en el cuarto de baño… Estoy hablando de leer, sí.
8-El derecho a hojear.
Pues con los libros me resulta más difícil, pero, ¡y lo bien que se me da con revistas y periódicos! Sobre todo con las revistas femeninas, donde por cada reglón escrito hay catorce fotos y siete páginas de publicidad.
También se me da bien lo que yo llamo “la hojeada decisiva”: ese instante en la biblioteca frente a una estantería llena de libros o en una librería, apoyada en un pilar, delante de las obras de tu autor favorito sin saber por cuál decantarte. ¿Por qué tendré solo dos ojos en lugar de veinte para poder leer diez novelas de golpe? Suspiro y me digo que habrá que tener paciencia.
9-El derecho a leer en voz alta.
Una práctica que tenemos olvidada y, que sobre todo, los aficionados a la escritura creativa deberían recuperar. Ya estoy otra vez con los consejos de profesora. Eso sí, hay que buscar el momento y el lugar, ¿te imaginas en el metro diciendo Pueden llamadme, Ismael mientras la señora de tu derecha pone cara de asombro?
10-El derecho a callarnos.
Pennec termina su libro diciendo que El hombre construye casas porque está vivo, pero escribe libros porque se sabe mortal. Ese es también el final de este entrada, así que ha llegado el momento de que ejerza este último derecho, coja un libro y me ponga de nuevo a leer.
Te animo a que tú también pongas en práctica los derechos del lector.
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