No es la primera entrada del blog, y sospecho que no será la última, en la que hablamos del diálogo en la literatura. Muchos alumnos me comentan que encuentran dificultades para escribir diálogos en sus historias. Reconozco que no es una tarea fácil. Ya analizamos en el blog los errores más frecuentes en la escritura de diálogos. En esta entrada nos vamos a centrar específicamente en el contenido de los diálogos, y en la manera en que afectan a la verosimilitud y a la credibilidad de los personajes que dialogan.
Tendemos a pensar que un diálogo literario es como una conversación coloquial y no es así. Por eso es frecuente entre los escritores principiantes incluir diálogos que no aportan mucho a la trama y no llevan a ningún lado. Si al eliminar un diálogo, nada cambia en la trama, algo nos está diciendo que está de más.
Cómo debe ser un dialogo para resultar creíble
La clave nos la da Robert McKee:
“La diferencia fundamental entre la conversación y el diálogo no es el número, la elección o la disposición de las palabras. La diferencia es el contenido. El diálogo concentra el significado; la conversación lo diluye. Por consiguiente, el diálogo no imita a la realidad, ni siquiera en los géneros del realismo”.
Si no se trata de reproducir la realidad, cómo escribir diálogos en una novela o en un cuento para que resulten verosímiles. Para empezar, evitando los errores de credibilidad que enumera McKee en su libro El diálogo y que analizaremos aquí.
La credibilidad ficcional en los diálogos
Como ya hemos comentado, y que explica muy bien McKee en su libro, la credibilidad literaria no tiene relación con la realidad. Los diálogos de la vida real no pueden trasladarse a la literatura. ¿Crees que un lector estaría interesado en la conversación que mantienes con tu vecino en el ascensor? ¿Y en la que estableces con desconocidos mientras esperas en la parada del autobús? No, ¿verdad?
Ya sé que me vas a decir, sí, que son conversaciones reales y, por tanto, resultan naturales. Claro, pero son conversaciones superficiales. Este tipo de conversaciones no nos interesan si lo que queremos escribir es un cuento o una novela.
Ahora bien, esto no quiere decir que debamos forzar las conversaciones de nuestros personajes de tal manera que digan única y específicamente lo que nos interesa que digan y, al final, acaben perdiendo naturalidad. Es uno de los errores más comunes, supeditarlo todo a la trama, hacer que nuestros protagonistas hagan y digan lo que a nosotros nos interese justo en el momento o en la escena que nos interesa. Como si los lleváramos de la mano para dirigirlos hacia la idea que tenemos en la cabeza.
Hay que tener siempre presente quién es el personaje que habla y cómo es. Los diálogos deben ser coherentes con la forma de ser del personaje, con su psicología, su edad, su entorno, la época en que trascurre la historia, el escenario donde sucede, la relación entre los distintos personajes… Esto es fundamental para su credibilidad.
Se trata, eso sí, de una credibilidad ficcional. Un personaje de ficción puede pronunciar frases que nunca diría una persona en la vida real, pero que sí poseen su lógica dentro la historia. El diálogo debe parece espontáneo, pero hablamos de “una autenticidad ficcional, no de una precisión realista”, según palabras de McKee. Dependen por tanto del género de la historia, no es lo mismo un diálogo teatral que uno literario o para una serie de televisión, por ejemplo.
Seguramente te estarás preguntando: “Entonces, a la hora de escribir diálogos, cómo puedo saber si tienen esa autenticidad ficcional”. No es fácil. No se trata de seguir unas reglas. Es un trabajo más intuitivo que otra cosa. El profundo conocimiento del personaje, de su psicología y las experiencias vividas por él, son la base. Robert McKee nos da una clave: “El diálogo suena auténtico cuando la acción verbal del personaje es coherente con sus motivaciones, cuando sus deseos internos y sus tácticas externas parecen complementarse mutuamente”. Pregúntate por qué tu protagonista dice eso en ese momento.
A continuación, enumeraré los errores de credibilidad más frecuentes en los diálogos de la literatura y que se incluyen en el libro Diálogo, el arte de hablar en la página, la escena y la pantalla, de Robert McKee, y trataré de explicar después cada apartado con algunos ejemplos.
Errores de credibilidad en los diálogos literarios
1-Conversación vacía
Cuando un personaje habla, el lector busca en el texto una motivación que justifique lo que está diciendo, una causa que explique lo que dice y por qué lo dice. Si no la encuentra, el diálogo resulta falso y hace que la escena también lo parezca.
El ejemplo más habitual de una conversación vacía se produce cuando un personaje le cuenta a otro algo que los dos ya saben con la única intención de informar al lector y ponerle en antecedentes. Cuando encuentro este tipo de diálogos en una novela, algo bastante habitual en escritores principiantes, siento como si me pegaran un par de bofetadas, así de golpe, sin avisar. Sentir la cachetada mientras estás leyendo tranquilamente no es nada agradable. Sí, sé que probablemente lo hayas visto en algunas series de televisión, pero si quieres que tu novela resulte creíble, cuídate mucho de cometer este tipo de errores.
Si ya te has enfrentado a la escritura de historias alguna vez, te habrás encontrado con algún problema de este tipo: hay algún suceso del pasado o alguna información que el lector no sabe y necesitas que esté al corriente para entender el diálogo. Bueno, calma, todo tiene solución. Una buena idea, por ejemplo, puede ser no proporcionar toda la información de golpe, sino ir dejándola caer de forma indirecta, disimulada. Primero un poco, luego otro poco. Lo suficiente para que el lector no se pierda. Este recurso no solo soluciona el problema, sino que, bien ejecutado, suele generar intriga.
Tampoco hay que proporcionar todos los detalles al lector en todo momento. Solo los necesarios. Y, en ocasiones, pueden quedar interrogantes en una conversación que se resuelvan más tarde. No se trata de dar al lector todo machacadito.
2-Conversación demasiado emotiva
Cuando un personaje utiliza un lenguaje que suena mucho más emocional que sus sentimientos reales. Para el lector puede parecer que ese personaje es excesivamente dramático, que es un histérico o también que el autor está intentando desesperadamente sacar mucho de muy poco. El diálogo para ser emotivo no puede desligarse de su contexto.
Este un error frecuente en las novelas románticas. Sí, nos gusta unir amor y drama, los lectores interesados en este tipo de historias buscan a menudo esa mezcla. Pero ese dramatismo lo debe dar la escena, la situación que están viviendo los personajes, no únicamente sus palabras. Si los amantes hablan como si no fueran a verse nunca más en toda su vida, pero han quedado al día siguiente para comer, pues como que no.
La emotividad de un diálogo debe ser coherente con la emotividad de la escena que está sucediendo. Debes aprender a controlar esto. A menudo en nuestra cabeza la situación nos parece mucho más emocional de lo que verdaderamente es o, al menos, de lo que hemos trasmitido a los lectores, y ahí vienen los problemas. Acostúmbrate a escribir la escena desde dentro, como si fueras uno de los personajes, y a analizarla desde fuera, como si fueras el lector.
—¡Dios mío! ¡Tú no eres Jack Dawson!
—Soy Hamlet, Ophelia. Di Caprio murió, ¿recuerdas? No dejaste que subiera a la balsa.
3-Conversación con demasiada información
Cuando un personaje habla desde el escenario o la pantalla de acontecimientos actuales con un conocimiento y profundidad que solo su autor podría tener, o cuando el protagonista de una novela en primera persona recuerda acontecimientos del pasado con una claridad de percepción que va más allá de su experiencia, una vez más el lector puede tener la sensación de que el autor está susurrando al oído de su personaje.
Del mismo modo que en el caso de las conversaciones vacías, esto se da cuando tenemos información que el lector no conoce. Pero debemos preguntarnos, primero, si es necesaria que la sepa, y segundo, cómo lograr trasmitirla sin que resulte poco natural. Esto es frecuente en novelas históricas. Queremos dar muchos detalles del contexto, de lo que está pasando más allá del diálogo en sí, ya sea una guerra o un momento histórico importante, y ponemos a hablar a los personajes como si fueran periodistas o estuvieran leyendo un libro de historia.
A la hora de escribir sucesos del pasado, también hay que tener cuidado con los narradores en primera persona. El protagonista no puede recordar los detalles precisos de algo que ocurrió hace veinte años. Un narrador en tercera persona no tendría este problema. Si narras en primera, usa modalizadores en el discurso convenientemente para expresas dudas o imprecisiones del personaje, y no detalles demasiado las escenas.
4-Conversación demasiado perceptiva
Del mismo modo, cuidado con los personajes que se conocen a sí mismos mejor que nos conocemos nosotros. Cuando un personaje se describe con una profundidad de percepción mayor que si fuera una combinación de Freud, Jung y Sócrates, los lectores y el público no solo sienten rechazo ante la imposibilidad, también pierden la fe en el escritor. Los autores se ponen trampas cuando crean personajes con un conocimiento de sí mismos excesivo y poco convincente.
Esto puede suceder cuando hemos trabajado tanto la caracterización de nuestro protagonista que no queremos que el lector se pierda nada. Esos detalles los necesitamos nosotros para escribir la novela, pero no siempre tenemos que dar esa información al lector, y mucho menos de forma directa. La necesitamos para dar coherencia a los personajes, no para decirle al lector: “Mira cuánto sé de psicología”.
—Yo iba a ser un personaje de novela. Pero mi autor se puso a analizarme tanto que acabé en un ensayo.
5-Excusas que sustituyen la motivación
Es necesario crear motivaciones sinceras para los comportamientos de nuestros personajes. En un esfuerzo por justificar las acciones extraordinarias de sus personajes con una causa, muchas veces los escritores se remontan hasta la infancia del personaje, inventan un trauma y lo hacen pasar por una motivación.
De nuevo conocer bien a nuestros personajes es fundamental. Hay que preguntarse continuamente qué quiere hacer en cada momento. Qué decisión tomaría ese personaje y escribirla, aunque esta vaya en contra de nuestros intereses para la trama. No forzarle a hacer algo que nunca haría solo para crear más suspense o intriga a la historia. Perderemos la verosimilitud y también a los lectores.
6-Melodrama
El adjetivo «melodramático» señala un exceso en la escritura: voces chillonas, violencia espeluznante, sentimentalismo empapado en lágrimas o escenas de sexo que no están muy lejos de la pornografía.
Este problema es similar al exceso de emotividad. El problema del melodrama no es el exceso de expresividad o de dramatismo sino la falta de motivación de la escena, la falta de justificación de esa expresividad. Que el amado o amada se va de vacaciones. Bueno, pues ya volverá. Es que se cambia de ciudad. Pero, ¿en esa historia no hay trenes ni aviones? No es una tragedia, no caigas en el exceso de dramatismo.
No es exactamente una cuestión de elección de lenguaje, aunque también es importante. Si queremos que nuestro protagonista hable de manera apasionada, solo hay que elevar las motivaciones del personaje para igualar sus acciones. Hablamos de las motivaciones de los personajes de novela en otra entrada de nuestro blog literario. Para entenderlo mejor, pues leer este ejemplo que nos ofrece McKee:
Comparemos estas dos versiones de una escena tipo «¡Que le corten la cabeza!»: supongamos que se fuera a desarrollar una trama en Juego de tronos en la que dos reyes luchan encarnizadamente en una guerra interminable hasta un final sangriento. Y entonces llega el clímax: el rey victorioso sentado majestuosamente en su trono; su enemigo, derrotado, arrodillado a sus pies, esperando la sentencia. Uno de los cortesanos pregunta al rey: «¿Cuál es vuestro deseo, señor?». Y el rey vocifera su respuesta: «¡Que le rompan todos los huesos del cuerpo! ¡Que le carbonicen la piel, se la arranquen a tiras y se la hagan comer! ¡Que le arranquen los ojos de las cuencas y la cabeza del cuello!».
O, cuando el cortesano le pregunta al rey lo que quiere, el vencedor se mira las uñas bien arregladas y susurra: «Crucificadle».
El subtexto bajo ese «Crucificadle» implica una muerte tan horrenda como la respuesta vociferada, pero ¿cuál de las respuestas transmite una mayor sensación de poder personal? ¿Los gritos destemplados y exagerados o un simple y comedido «Crucificadle»?
Cualquiera de las dos respuestas puede encajar en el personaje, pero ¿qué clase de personaje? La primera deja entrever un rey débil a merced de sus emociones, la segunda sugiere un rey fuerte con control sobre sus emociones. En el tema del melodrama, la motivación y el personaje nunca se pueden separar. Lo que a un personaje le haría saltar por un acantilado a otro no le levantaría del sofá. Por lo tanto, el equilibrio de la motivación frente a la acción es único para cada papel y tiene que repercutir en el interior del personaje que primero siente y luego actúa.
La Reina se puso roja de furia, y, tras dirigirle una mirada fulminante y feroz, empezó a gritar:
—¡Que le corten la cabeza! ¡Que le corten…!
—¡Tonterías! —exclamó Alicia, en voz muy alta y decidida.
Y la Reina se calló.
Ilustración de John Tenniel para Alicia en el País de las Maravillas.
Hasta aquí los errores relacionados con la credibilidad de los diálogos literarios, aunque muchos de ellos pueden aplicarse también a la voz narrativa. Si quieres profundizar más en este tema, te recomendamos leer errores más frecuentes en la escritura de diálogos literarios, la puntuación de diálogos y cómo escribir diálogos interesantes.
Bibliografía:
McKee, Robert. El diálogo. El arte de hablar en la página, la escena y la pantalla. Alba editorial.
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