
Una de las cosas que tenemos que tener en cuenta a la hora de crear personajes de ficción es cómo se presentan ante los lectores. Su introducción en la historia por primera vez es algo muy importante. Con respecto a las personas que conocemos, habitualmente decimos que la primera impresión es la que cuenta. Yo no estoy del todo de acuerdo, esa primera impresión se puede matizar o incluso corregir, pero lo que sí que es cierto es que esa primera vez no se olvida nunca. Está claro pues que, de alguna manera, esa primera vez nos condiciona. La primera impresión puede hacer que confiemos o desconfiemos de alguien y esto, sin duda, interferirá en nuestra acciones y relaciones futuras.
La reputación del personaje de novela
Ya hablamos de esto, en parte, en la entrada del blog “Haz que tu protagonista sea molón“, cuando hablamos del protagonista de una novela. En esa ocasión hablábamos de incluir una escena “molona”, una escena que pusiera al lector de su parte, que dijera “me mola este tío o esta tía, y por voy a leerme las doscientas páginas de esta novela”. Esto es de gran ayuda a la hora de identificarse con los personajes.
Por todo esto es importante prestar atención también a la primera aparición de un personaje en nuestra historia, especialmente si se trata del protagonista, aunque tampoco debemos olvidarnos de los secundarios. Piensa bien en cómo será esa presentación, esa primera aparición en escena. Imagina que tu historia es un teatro, que el lector está sentado en la butaca de su casa y va a ver al prota por primera vez. No te olvides tampoco de la primera vez que aparece en un diálogo: será la primera vez que el lector escuche su voz.
Presentar al protagonista al lector
Mateo Coronado en su libro Escribir, crear, contar explica la importancia de la entrada en escena de un personaje:
La llegada de un personaje, sobre todo si desempeña un papel importante, debe hacerse notar. Ha de ser un momento bien preparado por el escritor, sin distracciones, que deje claro quién acaba de subir al escenario y cuáles son sus intenciones.
La atención se debe centrar en el personaje con sutileza, sin estridencias, permitiéndole ocupar su espacio con comodidad y total libertad de movimientos. Debe parecer real, porque lo es, y no una figura de cartón piedra colocada en medio de cualquier parte. Lo cual no significa que tengamos que describirlo físicamente hasta en el más mínimo detalle, porque posiblemente un simple gesto, una mirada o una intención revelarán muchos detalles de su personalidad.
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Este es el enorme poder de un personaje bien construido. Alguien con la suficiente personalidad, aunque solo sepan de él un par de rasgos físicos y dos detalles sobre su pasado, para dirigir la mirada del lector con asombrosa facilidad, casi por arte de magia. Porque en él cobra sentido todo lo que hemos visto hasta ahora, la voz, el tiempo, la acción, la forma de construir una escena e incluso las tres piezas clave de la estructura.
Como hemos dicho, la primera aparición de un personaje en escena dará una impresión determinada al lector que conviene tener presente. No necesariamente esa primera impresión debe ser positiva. En ocasiones el protagonista será un antihéroe o el villano de la historia. Mark Renton uno de los protagonistas de Trainspotting, en el comienzo de la novela de Irvine Welsh está viendo la televisión mirando vídeo de Jean-Claude Van Damme. Sick Boy sudaba a chorros; temblaba. Yo estaba allí sentado, concentrado en la tele, intentando pasar del capullo. Me cortaba el rollo: son sus primeras palabras.
Ejemplo de primera entrada del protagonista en escena
Partiendo de esta idea de cómo entran en escena los personajes de ficción, vamos a ver un ejemplo en la conocida novela de Truman Capote Desayuno en Tiffany’s. En esta escena Paul, un joven escritor, a su vez narrador y protagonista de la historia, conoce por primera ver a Holly Golightly. Esta es la primera aparición del personaje de Holly para el lector.
Llevaba más o menos una semana viviendo en esa casa cuando me fijé en la curiosa tarjeta colocada en el buzón del apartamento 2. Las letras impresas, tan elegantes como si fuese una tarjeta de Cartier, decían: Miss Holiday Golightly, y, debajo, en una esquina, Viajera. Sonaba tan fastidioso como una canción. Miss Holiday Golightly, Viajera.
Una noche, bastante más tarde de las doce, me despertó la voz de Mr. Yunioshi, que gritaba por el hueco de la escalera. Como él vivía en el último piso, su voz bajaba por toda la casa, exasperada y severa.
—¡Miss Golightly! ¡Tengo que presentarle mis quejas!
La voz que regresó, emergiendo desde el fondo de la escalera, era juvenil y guasona.
—¡Ay, chico, no sabe cuánto lo siento! He vuelto a perder la maldita llave.
—No debe seguir llamando a mi timbre. Por favor, se lo pido por favor, encargue una llave nueva.
—Es que las pierdo todas.
—Yo trabajo. Tengo que dormir —gritó Mr. Yunioshi—. Y usted siempre está llamando a mi timbre…
—Oh, pero no se enfade, buen hombre, que no volveré a hacerlo. Y, si me promete que no se va a enfadar —su voz se iba acercando a medida que subía la escalera—, dejaré que me haga esas fotos de las que hablamos.
En ese momento ya me había levantado de la cama y abierto la puerta un centímetro. Pude oír el silencio de Mr. Yunioshi: oírlo porque estaba acompañado por un audible cambio de respiración.
—¿Cuándo? —dijo por fin.
La chica se puso a reír.
—Algún día —contestó la chica, arrastrando las palabras.
Salí al rellano y me asomé a la barandilla, lo suficiente como para ver sin ser visto. Ella seguía subiendo la escalera, llegó a su piso, y la luz del rellano iluminó la mezcolanza de colores de su pelo cortado a lo chico, con franjas leonadas, mechas de rubio albino y rubio amarillo. Era una noche calurosa, casi de verano, y Holly llevaba un fresco vestido negro, sandalias negras, collar de perlas.
Pese a su distinguida delgadez, tenía un aspecto casi tan saludable como un anuncio de cereales para el desayuno, una pulcritud de jabón al limón, una pueblerina intensificación del rosa en las mejillas. Tenía la boca grande, la nariz respingona. Unas gafas oscuras le ocultaban los ojos. Era una cara que ya había dejado atrás la infancia, pero que aún no era de mujer. Pensé que podía tener entre dieciséis y treinta años; resultó finalmente que le faltaban dos tímidos meses para cumplir los diecinueve.

Es importante prestar atención a la primera aparición de los protagonistas en la historia: qué hacen, dónde están, con quién, qué llevan puesto… Piensa que, de algún modo, en el primer capítulo de la novela se define el género literario al que pertenece.
Los personajes se definen por sus acciones
Como ves, la mejor manera de caracterizar a los personajes de ficción consiste en ponerlos dentro de una escena y ver cómo se comportan, lo que hacen, lo que dicen y también la forma en que lo dicen. Batman, en la película Batman Begin, en un momento dado dice algo como: “No es lo que soy debajo de la máscara, lo que hago es lo que me define” (traducir libre de “It’s not who I am underneath, but what I do that defines me.”). No se trata de que el personaje se presente directamente, sino que veamos cómo se comporta.
En este breve framento de Desayuno con diamantes, la novela de Capote, hay pequeños detalles que lo dicen todo, esa tarjeta en el buzón de Holly, por ejemplo, o su manera de hablar tan particular. Aún no sabemos todo de ella, pero sí podemos hacernos una idea, sobre todo de su apariencia: delgada, pulcramente vestida, con gafas oscuras, rosa intenso en la mejillas, boca grande y nariz respingona… Después de esta escena tan singular, está claro que estamos deseando conocerla un poco más.
Bibliografía:
Trainspotting, de Irvine Welsh
Desayuno en Tiffany’s, de Truman Capote
Para profundizar más en la caracterización de los personajes de ficción, te aconsejamos leer esta entrada del blog sobre la apariencia de los personajes de ficción.

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