Desgracia
J.M. Coetzee
1999
Traducción de Miguel Martínez-Lage
Randon House Mondadori
Un hombre puede enfrentarse a la adversidad de dos maneras bien distintas: levantando los puños o doblegándose. No siempre es fácil elegir. En “Disgrace”, David Lurie da clases de poesía en la Universidad de Ciudad del Cabo, ha pasado ya por dos divorcios, tiene cincuenta y tres años y se siente viejo, aunque no cansado. Sus instintos siguen intactos. Soraya, la prostituta con la que mantiene relaciones le abandona justo cuando él parece querer adoptar una actitud más cercana a las emociones que al sexo y acaba cayendo en la tentación con una joven mestiza, Melanie Isaacs, una de sus alumnas. El novio no está dispuesto a quedarse callado, obliga a la chica a interponer una queja por acoso sexual y el escándalo acaba con la reputación del profesor. David se declara culpable ante el Comité de la Universidad. “Eros entró en escena”, es lo único que es capaz de decir en su defensa.
“Porque la belleza de una mujer no le pertenece solo a ella. Es parte de la riqueza que trae consigo al mundo, y su deber es compartirla”.
Pero eso no basta. Para evitar el despido, la Comisión de Investigación quiere que haga una declaración pública, que reconozca que se equivocó. Le sugieren visitar a un psicólogo, quieren que se disculpe, verle agachar la cabeza avergonzado y caminar con el rabo entre las piernas como un animal, lo que para Lurie sería una humillación. Él no es un perro, no obedece.
Disgrace, Deshonra, traducida en español como Desgracia, obliga al lector a preguntarse qué habría hecho en el lugar del profesor. ¿Se trata de una cuestión de orgullo o de principios?
“Una vez ha tomado la resolución de marcharse hay muy poca cosa que lo retenga”.
David Lurie dimite, hace las maletas y ¿huye? de la ciudad para visitar a su hija Lucy. Se lleva sus libros, tiene en mente escribir una ópera sobre Byron. Su hija vive en una pequeña hacienda en las afueras. Cultiva hortalizas y flores que después vende, y acoge perros abandonados. Allí vive sola después de que su novia Helen se marchara, con la única compañía de Petrus, un negro que le ayuda con la finca, de un fusil y de los perros.
“No me ayudarán a mejorar de vida, en el sentido material ni en el sentido espiritual. ¿Y quieres saber por qué? Porque no existe una vida mejor. Esta es la única vida posible”.
Lucy se siente feliz en ese sobrevivir, en ese retiro autosuficiente que ha elegido. Pero cuando tres negros asaltan la finca, queman el rostro de David después de rociarlo con alcohol y violan a Lucy sin que él pueda evitarlo, esa aparente tranquilidad del campo se convierte en un espejismo.
Con esta novela, el premio Nobel de Literatura, J.M. Coetzee nos plantea un tema más cercano y actual de lo en principio parece. Ante la injusticia moral o el poder de las leyes no escritas, solo caben dos opciones: la aceptación o la rebeldía. ¿Hasta qué punto toleramos a diario resoluciones con las que no estamos de acuerdo? ¿Cuál es nuestra postura frente a ellas? ¿Debería nuestra posición depender de la mayor o menor posibilidad de cambiar el resultado final o solo de nuestro grado de discrepancia? Esta última pregunta es quizá la más difícil de responder, entre otras cosas porque la respuesta puede no ser única, sino que con frecuencia depende, o la hacemos depender, del valor del perjuicio que nos cause la injusticia. David Lurie dimitió. Y tú, ¿qué hubieras hecho?
Muy bueno, para pensar.