
El que ya se han convertido en un colaborador habitual de nuestro blog, el escritor Pedro Bosqued, nos ha enviado la reseña de la última obra publicada por el escritor italiano y director de una escuela de escritura en Italia, Alessandro Baricco. Ha titulado la reseña: Un pastel hecho de espera.
La esposa joven. Alessandro Baricco. Traducción de Xavier González Rovira. Editorial Anagrama. Barcelona, 2016. 199 páginas.
UN PASTEL HECHO DE ESPERA
Baricco ha vuelto, y se sabe desde la primera página, desde el primer párrafo. Seis líneas en las que se habla de un tal Modesto –único nombre de pila que tiene la novela–, que sube treinta y seis escalones y La esposa joven la dedica el escritor turinés a Samuele, Sebastiano y Bárbara, a tres personas. En escala de tres arranca pues, con cacofonía incluida, esta obra que tiene mucha miga y capas. Podría leerse por encima y ver la nata que no es otra cosa que una casa en la que un mayordomo, un matrimonio maduro en varios sentidos y un tío que parece un Guadiana, reciben a una mujer mientras su novio no aparece. Puede uno entonces devorar la novela con toda la dulce nata que lleva y disfrutar con glotonería de las aventuras y desventuras de lo que podría llamarse fábula.
Pero debajo de la capa de nata, si se profundiza en el bizcocho, aparece una chica, La esposa joven, que regresa de Argentina a una villa italiana para casarse con el hijo, que como el resto no tiene nombre propio, ni el propio hombre aparece en todo el texto. A raíz de ello, Baricco despliega una sucesiva, calmada y profunda interacción entre las personas que componen la casa para mostrarnos personalidades variopintas que podrían casar con algunos arquetipos, como que el bizcocho sea esponjoso. Y he ahí uno de los logros técnicos del autor. Logra que, por ejemplo, las escenas sexuales resulten esponjosas sin caer en acarameladas; genera un ambiente que solo aumenta la masa -la del bizcocho, sin ir más lejos-, para lograr uno de los filones de la novela. La ambientación sexual sin forzar ni enfriar.
Y buscando escenas, que nadie podría descartar de teatrales, el autor nos muestra la personalidad de cada uno de los personajes sin nombre propio a raíz de los diálogos y comportamientos con los otros miembros de la casa, de la novela. Ahí se ve el chocolate, la mezcolanza de los personajes provoca que se vaya modificando su conducta hasta ir comprendiendo de qué está hecho cada uno y porque no crean alergias alimentarias ni de las otras al mezclarse.
El relleno de esta obra que podría ser teatral o fábula, demuestra la masa madre de la que está hecho Baricco, que acierta en mostrar a los personajes con educación para que resalte más la variedad de caracteres. Y debajo del relleno, la base que todo lo sustenta. La elección del autor al suprimir los nombres de pila —como hiciera sin ir más lejos, Saramago en El ensayo sobre la ceguera—, para que el lector no sienta más empatía de la necesaria con los personajes, y sí con los arquetipos. Y deja al mayordomo, como si fuera el sacerdote de la obra y del mundo, ser el único nominado. Y con un nombre que dice tanto, Modesto. Porque modesto resulta también el tema de la novela que sin embargo hace de base sólida de semejante historia de capas, migas y pastel. La espera. Lo que otro italiano como Baricco hiciera en El desierto de los tártaros. Si ahí Dino Buzzatti sostuvo la acción en la inanición, aquí el autor piamontés la sostiene por ir desnudando, en cualquier sentido, la personalidad de los personajes/arquetipo mediante sus encuentros cara a cara.
Una de las buenas maneras de conocerse y ver el percal del que está hecho el pastel. El pastel que no llega a probar el prometido de la esposa joven, que ni aparece ni se le espera. Pero esa es otra historia que la novela ha de contar. O quizá lo cuente Modesto, el mayordomo, que en realidad no habla. Asesora a golpes de tos, variedad de tonos de Modesto, como los que demuestra Baricco en esta novela plena de recursos y técnica. Un pastel para saborear sin espera, pero esperando.
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