
En esta ocasión, es una alumna del curso presencial de novela en Alicante quien nos envía una reseña de lectura recomendada. Se trata de la novela Referencial, de Ignacio Ferrando. Tuvimos la oportunidad detener una Master Class con su autor en la escuela de escritura hace unos meses. Así mismo asistimos a la presentación de su nueva novela una horas más tarde. Este es el punto de vista de Lola Alemany sobre la lectura.
Referencial
Ignacio Ferrando
Tusquets Editores, 2019
Observando por la mirilla del texto de Ignacio Ferrando, nos quedamos en vilo esperando ver aparecer al monstruo que, sospechamos, existe debajo del diletante profesor de historia del arte. Pese a que este intenta distraer nuestra atención con toda su intelectualidad apabullante, Ismael no se desenvuelve como un sujeto ordenado en la aparente configuración de referencias, sino que es un protagonista desamparado, que deambula al vaivén de los acontecimientos.
Seguimos leyendo, porque queremos saber, queremos una explicación que nos descubra algo más que, intuimos, no nos dejará indiferentes. La intensidad por desvelar lo que no se nos cuenta, hechos que puedan dar sentido a la angustia vital que invade a nuestro protagonista, nos mantiene alerta mientras pasamos las páginas de la novela sin darnos cuenta. No soportamos esperar por mucho tiempo el descenso del protagonista.
El Eros y el Thanatos, las dos atávicas pulsiones, parecen confabularse en una concatenación de acontecimientos que tienen un efecto anticipatorio, conjurando innumerables imágenes de decadencia que se materializan en la ciudad decadente por antonomasia, Roma, y en un cuadro ilícito, la joven desnuda del retrato de Egon Schiele, esa joven que descansa indolente en la portada del libro, posando apoyada sobre sus codos. Una joven que sabemos desnuda, a excepción de las medias enrolladas a sus tobillos que lleva en el famoso cuadro.
Todo son indicios que el autor va dejando en un puzle emocional que nos atrae como la polilla hacia la luz. Sabemos que el protagonista va camino hacia su propia destrucción, un camino que está trazado de antemano.
El síndrome de Cotard, un desagradable delirio en el que el miedo a la enfermedad se refleja como paralizante obsesión con la descomposición. Se plasma en el desagradable legado vital de los fotogramas en movimiento de una liebre putrefacta. No hay una sola muerte en la historia, sino muchas pequeñas muertes. Incluida la del Cancerbero, el perro de Hades, custodiando para que los muertos no salgan del inframundo ni los vivos puedan penetrar en él. Ni siquiera el sexo como pequeña muerte, A Little Death, une petite mort, el orgasmo tal y como lo describió el filósofo francés Georges Bataille, lo redimirá del vértigo y a la vez fascinante atracción que le produce la muerte.
Observamos desde la mirilla una mueca de delirio, le reflet de la perversion: todas ellas eran, entonces y ahora, menores de edad, mientras él cree estar muerto, en estado de descomposición o en un simple no existir, indefectiblemente abocado hacia su propia destrucción.
Más luz, más nada.
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